Domingo 1º de Cuaresma - Ciclo B

22.02.2015 08:12

Marcos(1,12-15):

En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en eldesierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas, ylos ángeles le servían. Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea aproclamar el Evangelio de Dios. Decía: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos ycreed en el Evangelio.»Palabra del Señor



Meditación
del Papa Francisco


La vida
de Jesús ha sido una lucha. Él ha venido a vencer el mal, a vencer al príncipe
de este mundo, a vencer al demonio. Y la lucha contra el demonio la debe
afrontar cada cristiano.

El
demonio ha tentado a Jesús muchas veces y Jesús ha sentido en su vida las
tentaciones como también las persecuciones. También nosotros somos tentados,
también nosotros somos objeto del ataque del demonio, porque el espíritu del
Mal no quiere nuestra santidad, no quiere el testimonio cristiano, no quiere
que nosotros seamos discípulos de Jesús. ¿Y cómo hace el espíritu del mal para
alejarnos del camino de Jesús con su tentación?

La
tentación del demonio tiene tres características y nosotros debemos conocerlas
para no caer en las trampas. ¿Cómo hace el demonio para alejarnos del camino de
Jesús? La tentación comienza levemente, pero crece: siempre crece. Segundo,
crece y contagia a otro, se transmite a otro, intenta ser comunitaria. Y al
final, para tranquilizar el alma, se justifica. Crece, contagia y se justifica. (Cf
Homilía de S.S. Francisco, 11 de abril de 2014, en Santa Marta).

Tomado de


Reflexión
 

Del mismo modo que «el Espíritu empujó a Jesús al desierto», hoy nos arrastra a nosotros a la Cuaresma, nuestro desierto.

Según Marcos, Jesús no es llevado al desierto para hacer nada, ni para discernir cómo realizar su misión, ni para recibir ninguna revelación especial, ni para fundar una comunidad religiosa. Sencillamente, Jesús es llevado al desierto, y allí
«se quedó cuarenta días», siendo tentado por Satanás.

Tradicionalmente, comenzamos la Cuaresma haciendo un compromiso, o nos proponemos un sacrificio,
o buscamos corregir un defecto, o pretendemos adquirir un hábito espiritual.
Sin embargo, siguiendo el ejemplo de Jesús, tal y como lo narra Marcos, podemos entrar en la Cuaresmo, no para hacer algo, sino para estar, para estar con Dios.

Tenemos por delante cuarenta días para recuperar el gozo del silencio. Apagar la televisión, la radio o la música. Sentarnos para no hacer nada, sin ningún objetivo. Dejarnos cautivar por el silencio. Dejar aflorar a la conciencia nuestro ser, nuestro cuerpo, nuestra vida. Dejarnos llenar de la presencia de
Dios.

Al  comenzar, podemos asustarnos al ver que no es fácil, como no es fácil vivir en el desierto. También debemos tener claro que vamos a ser tentados por Satanás con el desánimo, con pensamientos de que esto es absurdo y no conseguimos nada,
poniéndonos nerviosos, y otras mil artimañas con tal que abandonemos el «desierto».

Como Jesús, viviremos «entre alimañas», que nos van a dificultar el silencio y la paz interior: el ruido de la calle, el jaleo dentro de casa, las muchas cosas que
aún nos quedan por hacer, la imaginación que no para de trabajar, las prisas, las llamadas, el buscar frutos inmediatos, y otras muchas cosas que nos
pincharán y no nos dejarán tranquilos.

Por otro lado, contamos con «ángeles» enviados por Dios para nuestro servicio: el recuerdo de aquellos momentos entrañables de oración, la necesidad del silencio, el deseo de estar con Dios, descubrir el bien que nos hace esos
momentos de parada en nuestra vida, el testimonio de otras personas que ya lo han experimentado, ver que sí lo podemos hacer.

¿Por qué no intentarlo? No tenemos nada que perder; como mucho, algunos minutos de nuestra vida. Y sí tenemos mucho que ganar. Esos momentos de «desierto», de
sentarse en silencio, nos pueden ayudar a encontrarnos con nosotros mismos y encontrarnos con Dios, a conocernos mejor a nosotros mismos y conocer mejor a
Dios, y a valorar con más exactitud lo que somos y lo que tenemos y las cosas que nos pasan.

Recordemos
que al desierto se va con lo esencial, lo único imprescindible para sobrevivir; y al silencio se entra desnudo, sin nada con lo que excusarnos o donde escondernos. Del desierto y del silencio se vuelve con la experiencia de
conocer mejor quiénes somos y de habernos encontrado con Dios. Y no olvidemos que es el Espíritu de Dios quien nos empuja al desierto cuaresmal.

Juan Conejero Tomás

tomado por https://conversaciones.es/conversaciones/evangelio-segun-san-marcos-112-15/