Domingo 22º del Tiempo Ordinario - Ciclo A
Mateo (16,21-27):
En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día.
Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: «¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte.»
Jesús se volvió y dijo a Pedro: «Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas corno los hombres, no como Dios.»
Entonces dijo Jesús a sus discípulos: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta.»
El relato del evangelista Mateo nos dice en primer lugar que el reconocimiento de la identidad de Jesús pronunciado por Simón en nombre de los Doce no proviene "de la carne y de la sangre", es decir, de su capacidad humana, sino de una particular revelación de Dios Padre. En cambio, inmediatamente después, cuando Jesús anuncia su pasión, muerte y resurrección, Simón Pedro reacciona precisamente a partir de la "carne y sangre": Él "se puso a increparlo: [Señor] eso no puede pasarte". Y Jesús, a su vez, le replicó: "Aléjate de mí, Satanás. Eres para mí piedra de tropiezo...". El discípulo que, por un don de Dios, puede llegar a ser roca firme, se manifiesta en su debilidad humana como lo que es: una piedra en el camino, una piedra con la que se puede tropezar. (Benedicto XVI, 29 de junio de 2012).
Negarnos a nosotros mismos, cargar nuestra cruz y seguirlo.
Reflexionemos hoy entorno a estas palabras. ¿Cuándo, dónde, cómo debemos negarnos? Un poco menos de hacer nuestros caprichos siempre, de salir con nuestros gustos, de buscar la vía fácil. Dejar de buscar siempre nuestra comodidad, todo aquello que nos da placer y estar más atento a las necesidades de nuestros hermanos, de nuestros padres, de nuestros amigos, de todas aquellas personas que nos rodean, con las que tropezamos día a día, esperando siempre que nos den algo.
¿Por qué no hoy día, a pesar de todos nuestros dolores, de todos nuestros sufrimientos, de todas nuestras incomodidades y limitaciones, damos un poco de nosotros? ¿Por qué no esforzarnos un poco en ese sentido? Disponernos a dar, antes que exigir que se nos de.
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