DOMINGO VIII DE PASCUA Evangelio Juan 20,19-23 Solemnidad de Pentecostés

08.06.2014 08:42
 Juan (20,19-23) “Como el Padre me ha enviado,así los envío yo… Reciban el Espíritu Santo” ♥Solemnidad de Pentecostés♥ El Espíritu Santo, Aleluya. ♥
 
 
 
 
 
 
 


Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros.»
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.»
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»

Palabra del Señor
Reflexion 
Llegamos con gozo a la celebración de la Solemnidad de Pentecostés. A la luz del Evangelio, “Como el Padre me envió, así les envío yo”: Jesús al iniciar su ministerio afirma que ha sido «ungido por el Espíritu del Señor para anunciar la Buena Noticia a los pobres» Jesús envía al mundo a la comunidad compartiéndole su misión, su vida y su autoridad. De este modo les abre las puertas a los discípulos encerrados por el miedo y los lanza al mundo con una nueva identidad y como portadores de sus mismos dones:
a.    Los discípulos reciben la misma misión de Jesús: En la pascua se participa de la vida del Verbo encarnado y una forma concreta de participar de su vida es continuar su misión en el mundo.
b.    Los discípulos reciben la misma vida de Jesús:Para que la misión sea posible, los discípulos deben estar revestidos del Espíritu Santo. Cuando Jesús sopla el Espíritu Santo sobre ellos los hace “hombres nuevos”.
c.    Los discípulos reciben la misma autoridad de Jesús: El Resucitado envía a los discípulos con plena autoridad para perdonar pecados. El perdón de los pecados es acción del Espíritu, porque ser perdonado es dejarse crear por Dios. En la Pascua se cumplen las palabras del Bautista: “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Cuando hay “obstinación” ante el mensaje pascual de los discípulos, éstos pueden “retener los pecados”, es decir “retener el perdón”. Esto no se refiere a una condenación, sino a un renovado llamado a la conversión. Según el Evangelio, “retener” es poner en “cuarentena” e inducir una pedagogía del perdón.
 
“¿Cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa?”: Este signo muestra la universalidad de la predicación de la Iglesia, la caída de barreras lingüísticas y raciales ante la invasión del Espíritu de Jesús resucitado; lo contrario de lo que sucedió en Babel. La Iglesia de Jesús nació universal: católica y misionera.
El Espíritu Santo nada tiene que ver con la lentitud, la falta de energías, la pasividad, el desaliento; es impulso que nos hace testigos enviados, apóstoles, testigos y misioneros (Aparecida).

El Espíritu Santo.

El Espíritu Santo coopera con el Padre y el Hijo desde el comienzo del Designio de nuestra salvación y hasta su consumación. En los "últimos tiempos", inaugurados con la Encarnación redentora del Hijo, el Espíritu se revela y nos es dado, cuando es reconocido y acogido como persona. 
«Nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios» (1 Cor. 2, 11). El Espíritu que lo revela nos hace conocer a Cristo, su Verbo, su Palabra viva, pero no se revela a sí mismo. El que "habló por los profetas" nos hace oír la Palabra del Padre. Pero a Él no le oímos. No le conocemos sino en la obra mediante la cual nos revela al Verbo y nos dispone a recibir al Verbo en la fe. El Espíritu de verdad que nos "desvela" a Cristo «no habla de sí mismo» (Jn 16,13). Un ocultamiento tan discreto, propiamente divino, explica por qué «el mundo no puede recibirle, porque no le ve ni le conoce», mientras que los que creen en Cristo le conocen porque él mora en ellos.
La Iglesia es el lugar de nuestro conocimiento del Espíritu Santo:
–      en las Escrituras que Él ha inspirado;
–      en la Tradición, de la cual los Padres de la Iglesia son testigos siempre actuales;
–      en el Magisterio de la Iglesia, al que Él asiste;
–      en la liturgia sacramental, a través de sus palabras y sus símbolos, en donde el Espíritu Santo nos pone en Comunión con Cristo;
–      en la oración en la cual Él intercede por nosotros;
–      en los carismas y ministerios mediante los que se edifica la Iglesia;
–      en los signos de vida apostólica y misionera;
–      en el testimonio de los santos, donde Él manifiesta su santidad y continúa la obra de la salvación.
OREMOS JUNTOS:
Ven, Espíritu Divino,
manda un rayo de tu lumbre
desde el cielo.
Ven, oh Padre de los pobres;
Luz profunda; en tus dones,
Don espléndido.
No hay consuelo como el tuyo,
Dulce huésped de las almas,
mi descanso.
Suave tregua en la fatiga,
frescor en horas de bochorno,
Paz del llanto.
Luz santísima, penetra
en las almas de tus fieles hasta el fondo.
Qué vacío hay en el hombre,
qué dominio de la culpa sin tu soplo.
Lava el rostro de lo inmundo,
Llueve, Tú, nuestra sequía,
ven y sánanos.
Doma todo lo que es rígido.
Funde el témpano,
encamina lo extraviado.
Da, a los fieles que en Ti esperan,
Tus sagrados siete dones
y carismas.
Da su mérito al esfuerzo,
Salvación e inacabable
alegría.
Amén