Martes VII del tiempo ordinario
Reflexion
Jesús quería que sus discípulos entendieran cuál era su misión mesiánica: morir y luego resucitar para inaugurar el Reino de Dios.
También quería instarlos a ofrecer su vida al servicio de los demás por amor. Pero los discípulos tenían la mente cerrada; no entendían quién era realmente Jesús y no sabían cómo responder a sus enseñanzas. En lugar de ayudarse mutuamente, cada uno quería ser el más importante.
Jesús les dijo: “Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos” (Marcos 9, 35). Luego puso a un niño pequeño en medio de sus discípulos para hacerles entender que así como él había venido a servir voluntariamente a los indefensos y los discriminados, ellos debían hacer lo mismo y no esperar retribución alguna. Aquellos que, por amor, sirven a los pobres y los menospreciados del mundo sirven a Cristo.
Lo que se necesita es un claro deseo de buscar la santidad y una actitud de amor al prójimo, como la de Cristo, sin esperar reconocimiento alguno aquí en la tierra.
El servicio comienza en la propia familia o comunidad religiosa. Los esposos deben ayudarse mutuamente y alentarse el uno al otro con amor; los ministros ordenados y quienes tienen votos religiosos deben hacer lo mismo; los padres deben dar ejemplo de servicio a sus hijos y enseñarles acerca del amor de Dios, la obediencia y el respeto. A su vez, los hijos deben respetar y obedecer a sus padres, sin rebelarse ni quejarse contra ellos. Todos debemos servir a los necesitados (los sin casa, los inválidos, los ancianos, los enfermos) compartiendo con ellos el amor de Dios. Con nuestro testimonio y nuestras oraciones podemos servir a todos los que tienen contacto con nosotros.
Tomado de https://la-palabra.com/meditations/current/